Debido a mi formación judeocristiana
debo negar tres veces, si es que pretendo aspirar —llegado el caso— al trono
del Sumo Pontífice: “|No soy psicoanalista, gracias a dios”. Primera negación.
Cuando recibo algún tipo de invitación a
participar de una actividad, sea de psicoanálisis o no, siempre me interrogo más
o menos por lo mismo —supongo que debido a cierta malformación profesional— y
es sobre la utilidad de lo que puedo llegar a aportar. “No soy psicoanalista, dios
no lo permita” —Segunda negación—, pero como bibliotecario y editor me preocupa
la transmisión escrita sobre todo y la difusión del psicoanálisis puntualmente.
Con Horacio Gómez (alias Kowalsky) y con
Teresita Pullol (alias Agente 99) nos cruzamos en el punto justo donde ellos
venían pensando un espacio para trabajar la idea de la traducción, que llamamos
Letraducciones, y yo venía de
publicar una serie de trabajos colectivos experimentales sobre la idea de las “traducciones
visuales”. En general se piensa con demasiada rapidez que la traducción es un
pasaje de una lengua a otra, pero es un poco más que eso. Es también un pasaje
de un lenguaje a otro. Y en mi modesta opinión, —ya se los adelanto— así como
toda traducción es una interpretación, toda interpretación requiere un trabajo
de edición donde intervienen una multiplicidad de factores y procedimientos
literarios. Como ya he dicho varias veces: el psicoanálisis —para mi humilde
opinión— el psicoanálisis es un procedimiento literario muy eficaz.
•
En el caso de Freud, siempre me ha
llamado la atención —y por eso el título de este trabajo— diversos comentarios,
o una serie de comentarios —o lo que para mí es una serie— de pequeños manifestaciones
completamente laterales, en las notas a pie de página, en su correspondencia,
en las introducciones de Strachey o en los detalles como al pasar vertidos por
alguno de sus biógrafos. Freud, o bien durante el trabajo de escritura de algunos
de sus textos o bien al término de alguno de sus escritos —no en todos sus escritos,
y de ahí su carácter—, se queja o alude a que ha tenido que escribir sin sus
libros, sin su biblioteca. “Lejos de mi biblioteca”, aclara en algún caso.
Al poner el punto final en El malestar en la cultura —el texto que
nos reúne hoy— Freud se encontra en Schneewinkel, una pequeña ciudad del Tirol
en Austria —una ciudad extrañamente muy-muy parecida a Bariloche—, el 28 de
julio de 1929, en una carta a Lou-Andrea Salomé lo cuenta así: “Queridísima
Lou: Habrá adivinado con su habitual perspicacia, por qué he demorado tanto en
responderle. Ana ya le habrá contado que estoy trabajando en algo y hoy he
escrito la última frase que —hasta donde es posible aquí, sin una biblioteca—
cierra el libro. (…)”[1] La
carta, sigue… es más extensa.
Aún no termino de dilucidar si este tipo
de expresiones en el maestro, responden a una fórmula que denota soberbia y
arrogancia o cierta modestia y austeridad del mismísimo Freud… quizás las dos
cuestiones a un mismo tiempo.
En estos casos, tanto en El malestar en la cultura, como en El porvenir de una ilusión, en Presentación autobiográfica, en ¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?,
en Comentario sobre el antisemitismo,
en Psicología de las masas... o el
mismísimo Moisés y la religión monoteísta,
Freud alude a la falta de su biblioteca o a la lejanía de sus libros, de sus
apuntes y notaciones, así como las notas de sus pacientes.
Regresemos un poco a Freud y algunos
datos de su biografía que podrían ser útiles para lo que quiero contarles.
Luego de un prolongado noviazgo de cuatro años, prolongado para aquella época,
Freud se casa con Martha Bernays con quién —en los próximos nueve años— tendrá
unos seis hijos. En 1895, la hermana de Martha, Minna Bernays —
No voy a avanzar por el lado de esta
relación tripartita. Pero, el maestro, tenía la costumbre de tomar unos días de
descanso, o algún que otro viaje también, acompañado y asistido por su Cuñadita,
cosa que habría levantado varias suspicacias en su época y posteriormente.
Durante esos descansos disfruta de la lectura y organiza sus escritos.
Voy a indicarles, si, que la biblioteca
personal de Sigmund Freud, al momento de su muerte, contaba con 2.522 volúmenes
cuidadosamente leídos, re-leídos, subrayados y anotados al margen. Como puede
constatarse en el Freud Museum de
Londres o a través de la visita virtual a ese mismo museo. Es una gran cantidad
de libros o no, según como se vea, pero es la biblioteca personal del padre del
psicoanálisis.
Freud tiene un estilo rodeado de sus
libros, notas y apuntes de pacientes y otro muy diferente cuando toma distancia
de su biblioteca. La óptica y la temática son muy distintas. No se trata de una
falta de rigurosidad, puesto que luego es tremendamente implacable y sólido en
sus correcciones, en sus notas, y sus agregados. Se trata de otra cosa. Freud
en estos escritos levanta la vista y pone la mirada en la sociedad. Sus
escritos logran —de ese modo— más afinidad hacia el hecho social, al hecho
histórico y son escritos más ligados a sus vivencias personales. No se trata de
escritos sociológicos sino de la mirada del psicoanálisis sobre lo social.
Voy a robarle una definición lateral a
Theodor Reik. Que en la primera reseña de El
malestar en la cultura, encomendada por el mismísimo Freud, dice: “También
en otro sentido se distingue el carácter
de estos últimos escritos de los anteriores. Persiste la devoción por los
detalles al mismo tiempo que se aventura en las grandes generalidades. Se
abandona frecuentemente al microscopio para recurrir al telescopio”[2].
Es decir, —parafraseando a Reik, casi
literalmente— Freud rodeado de sus libros y apuntes utiliza el microscopio y
cuando toma distancia, desenfunda el telescopio.
•
Pensé que, leer El malestar en la cultura desde esta perspectiva de editor —y
bibliotecario también, por supuesto— podría ser de alguna utilidad para Uds.,
no lo sé, veremos. Freud mismo fue un gran editor y estoy seguro que no
desconocía algunas de las cosas que me gustaría puntuar.
En algunas oportunidades, cuando el
psicoanálisis hace sus malabares —vamos a decirlo de este modo, si Uds. me lo
permiten— suele olvidar, con un poco de desatención aquello que el
psicoanálisis le debe a otros saberes nacidos antes o después de él mismo.
Quizá le preste una mayor atención a disciplinas tales como la filosofía, las
matemáticas, la historia, etc. y en menor medida recuerda la deuda con la
poesía, con la novela y la literatura en general. Cosa que en estas Jornadas
—afortunadamente— no ha ocurrido. Prueba de ello es la abundancia de citas
literarias.
Freud crea un estilo dentro del género
del ensayo, al que nosotros llamamos ensayo psicoanalítico. Luego vendrán
otros, incluso Lacan con su estilo personal dentro de las marcas de época y del
estructuralismo francés.
El género literario del ensayo
psicoanalítico toma así otro color cuando Freud no tiene sus libros a la
mano. Se encuentra más ligado a la
confesión que lo emparenta a la poesía, a la novela, a la historia, a la
sociología o a la etnología. A mi gusto, la novela es el género más cercano a
este tipo de ensayos, no sólo porque articulan o estructuran un relato sino
porque tratan de montar una doble diferencia: en orden al sujeto y en orden a
su tiempo.
Lo que diferencia a los géneros
literarios unos de otros no es mucho, es la necesidad de expresarse que les ha
dado origen. Se escribe por la necesidad que tiene la vida de expresarse de una
u otra manera. Freud pone un empeño inusitado a lo largo de toda su obra en la
transmisión y en la comunicación escrita. Lacan, a diferencia de Freud, también
preocupado por la transmisión, pone todo su empeño de trasmisión en la
comunicación oral, mientras que en sus escritos es sumamente descuidado.
El tono confesional de Freud le otorga a
estos escritos una clara universalidad. Es el efecto buscado: “Este es mi caso
y es el caso de todos”. El género de la confesión lo inaugura oficialmente San
Agustín matizando ideas con vivencias personales o recuerdos de los que extrae
sus ideas. ¿No tiene acaso antecedentes? Yo creo que sí. Para mí, un
antecedente inevitable es el libro de Job y el relato en primera persona de sus
desgracias, gran personaje de los textos hebreos y el malestar.
Es arriesgado decirlo pero el libro que
escribirá Freud a continuación será El Moisés…, entonces, desde mi punto de
vista: El malestar en la cultura será
el libro de Job freudiano de nuestra cultura occidental. Es la voz de Freud abandonado
de sus libros, abandonado de la mano de su biblioteca hacia el lado de la
pasión, hacia el lado de lo social, hacia el lado de lo humano, por la falta de
pudor para hablar de sí mismo, de sus circunstancias y todos sus malestares...
que serán los nuestros.
En esto se hermana y se diferencia con
la novela, como les decía, aunque una novela sea en primera persona y en tiempo
actual siempre nos lleva a un tiempo mitológico, el de la historia contada. La
confesión de Freud, la queja de Freud, nos lleva a un tiempo de nuestra propia
historia por contar.
“Yo no soy psicoanalista y dios se
apiade de mi alma”. Tercera negación. Una vez más, tengo que repetirlo, por eso,
lo importante para mí, como escritor o como editor es que el texto sea honesto,
no me importa en absoluto la veracidad de la confesión tanto como la honestidad
que despliega Freud y por supuesto la potencia que hace que este escrito llegue
a nuestros días. Podamos leerlo aún hoy y confirmar esa honestidad.
Freud se ha preocupado de tener buenos
editores para sus textos, Strachey, Jones, Lou Andreas Salomé, etc. Editar no
es otra cosa que preocuparse por encontrar un estilo eficaz en la transmisión y
la comunicación en el contexto histórico que se produce: ambiente social,
histórico, cultural en que se sitúa la escritura y la publicación.
Evidentemente, los textos freudianos
están plagados de material clínico, de ideas generales, grandes intuiciones,
pequeñas reflexiones, observaciones directas y de terceros. Muchas veces no son
ideas claras, elaboradas y definitivas sino una obra voluminosa donde esas
idas, vueltas y revisiones constantes la vuelven accesible en retrospectiva y
de alguna manera universal en el mismo sentido que la literatura.
Así como en la literatura ocurre que hay
escritores que sólo escriben para escritores, en el ámbito psicoanalítico hay
psicoanalistas que escriben sólo para psicoanalistas. Y me parece tan absurdo
como tratar de sembrar sandías para vendérselas sólo a quienes siembran
sandías. El estilo de escritura de Freud no es este y más aún alejado de sus
preciada biblioteca. Freud se aleja de sus libros y se nos acerca.
Se asemeja, en este tipo de escritos, a
lo que él mismo cita de uno de sus poetas de cabecera, Heinrich Heine, que dice:
“El pensador, con su gorro de dormir y
los jirones de su bata, rellena los agujeros del edificio universal”[3]
Para Sigmund Freud —y para todos
nosotros, espero— la falta de libros también es una/otra forma de biblioteca.
[1] Max Schur. Sigmund
Freud: Enfermedad y muerte en su vida y en su obra (II). Barcelona: Paidós,
1980. pág. 613.
[2] Theodor Reik. La reflexión de Freud sobre la cultura. En:
A medio siglo de El malestar en la
cultura. México, Siglo XXI, 1985. págs. 118-119
[3] cf.
Sigmund Freud lo cita en varias ocasiones de memoria, en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. En: Obras Completas de Sigmund Freud. Buenos
Aires: Amorrortu, 1975. Tomo XXII. pág. 148. Pero también en La interpretación de los sueños y en una
carta a Jung del 25 de febrero de 1908. cf.
Heinrich Heine. Poema Nro. 60. En: El
regreso. Madrid: Editorial América, 1920. El mundo, el alma, la vida, / son
descosidos fragmentos: / buscando voy un filósofo, / germánico, por supuesto, /
que un buen sistema me hilvane / atando esos cabos sueltos. / Con su bata y con
su gorro, / ya, orondo y grave, le veo / tapando todas las grietas / y fallas
del Universo.
Para comunicarse con el autor: malpascal@yahoo.com.ar
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