miércoles, 2 de septiembre de 2020

Freud sin biblioteca. Carlos Marcos

Posted By: LETRADUCCIONES - septiembre 02, 2020

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Debido a mi formación judeocristiana debo negar tres veces, si es que pretendo aspirar —llegado el caso— al trono del Sumo Pontífice: “|No soy psicoanalista, gracias a dios”. Primera negación.

Cuando recibo algún tipo de invitación a participar de una actividad, sea de psicoanálisis o no, siempre me interrogo más o menos por lo mismo —supongo que debido a cierta malformación profesional— y es sobre la utilidad de lo que puedo llegar a aportar. “No soy psicoanalista, dios no lo permita” —Segunda negación—, pero como bibliotecario y editor me preocupa la transmisión escrita sobre todo y la difusión del psicoanálisis puntualmente.

Con Horacio Gómez (alias Kowalsky) y con Teresita Pullol (alias Agente 99) nos cruzamos en el punto justo donde ellos venían pensando un espacio para trabajar la idea de la traducción, que llamamos Letraducciones, y yo venía de publicar una serie de trabajos colectivos experimentales sobre la idea de las “traducciones visuales”. En general se piensa con demasiada rapidez que la traducción es un pasaje de una lengua a otra, pero es un poco más que eso. Es también un pasaje de un lenguaje a otro. Y en mi modesta opinión, —ya se los adelanto— así como toda traducción es una interpretación, toda interpretación requiere un trabajo de edición donde intervienen una multiplicidad de factores y procedimientos literarios. Como ya he dicho varias veces: el psicoanálisis —para mi humilde opinión— el psicoanálisis es un procedimiento literario muy eficaz.

En el caso de Freud, siempre me ha llamado la atención —y por eso el título de este trabajo— diversos comentarios, o una serie de comentarios —o lo que para mí es una serie— de pequeños manifestaciones completamente laterales, en las notas a pie de página, en su correspondencia, en las introducciones de Strachey o en los detalles como al pasar vertidos por alguno de sus biógrafos. Freud, o bien durante el trabajo de escritura de algunos de sus textos o bien al término de alguno de sus escritos —no en todos sus escritos, y de ahí su carácter—, se queja o alude a que ha tenido que escribir sin sus libros, sin su biblioteca. “Lejos de mi biblioteca”, aclara en algún caso.

Al poner el punto final en El malestar en la cultura —el texto que nos reúne hoy— Freud se encontra en Schneewinkel, una pequeña ciudad del Tirol en Austria —una ciudad extrañamente muy-muy parecida a Bariloche—, el 28 de julio de 1929, en una carta a Lou-Andrea Salomé lo cuenta así: “Queridísima Lou: Habrá adivinado con su habitual perspicacia, por qué he demorado tanto en responderle. Ana ya le habrá contado que estoy trabajando en algo y hoy he escrito la última frase que —hasta donde es posible aquí, sin una biblioteca— cierra el libro. (…)”[1] La carta, sigue… es más extensa.

Aún no termino de dilucidar si este tipo de expresiones en el maestro, responden a una fórmula que denota soberbia y arrogancia o cierta modestia y austeridad del mismísimo Freud… quizás las dos cuestiones a un mismo tiempo.

En estos casos, tanto en El malestar en la cultura, como en El porvenir de una ilusión, en Presentación autobiográfica, en ¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?, en Comentario sobre el antisemitismo, en Psicología de las masas... o el mismísimo Moisés y la religión monoteísta, Freud alude a la falta de su biblioteca o a la lejanía de sus libros, de sus apuntes y notaciones, así como las notas de sus pacientes.

Regresemos un poco a Freud y algunos datos de su biografía que podrían ser útiles para lo que quiero contarles. Luego de un prolongado noviazgo de cuatro años, prolongado para aquella época, Freud se casa con Martha Bernays con quién —en los próximos nueve años— tendrá unos seis hijos. En 1895, la hermana de Martha, Minna Bernays —la Cuñadita, a partir de aquí— se muda con el matrimonio para colaborar en la organización familiar. A partir de ese año y hasta la muerte de Freud, vivirán juntos: Martha, Sigmund y la Cuñadita.

No voy a avanzar por el lado de esta relación tripartita. Pero, el maestro, tenía la costumbre de tomar unos días de descanso, o algún que otro viaje también, acompañado y asistido por su Cuñadita, cosa que habría levantado varias suspicacias en su época y posteriormente. Durante esos descansos disfruta de la lectura y organiza sus escritos. La Cuñadita, más despierta intelectualmente que su hermana, según Jones,  se ocupaba de asistirlo mientras Martha —menos afecta a moverse de casa— se dedicaba a las cuestiones domésticas, la casa y los niños. De este trío no voy a decir mucho más.

Voy a indicarles, si, que la biblioteca personal de Sigmund Freud, al momento de su muerte, contaba con 2.522 volúmenes cuidadosamente leídos, re-leídos, subrayados y anotados al margen. Como puede constatarse en el Freud Museum de Londres o a través de la visita virtual a ese mismo museo. Es una gran cantidad de libros o no, según como se vea, pero es la biblioteca personal del padre del psicoanálisis.

Freud tiene un estilo rodeado de sus libros, notas y apuntes de pacientes y otro muy diferente cuando toma distancia de su biblioteca. La óptica y la temática son muy distintas. No se trata de una falta de rigurosidad, puesto que luego es tremendamente implacable y sólido en sus correcciones, en sus notas, y sus agregados. Se trata de otra cosa. Freud en estos escritos levanta la vista y pone la mirada en la sociedad. Sus escritos logran —de ese modo— más afinidad hacia el hecho social, al hecho histórico y son escritos más ligados a sus vivencias personales. No se trata de escritos sociológicos sino de la mirada del psicoanálisis sobre lo social.

Voy a robarle una definición lateral a Theodor Reik. Que en la primera reseña de El malestar en la cultura, encomendada por el mismísimo Freud, dice: “También en otro sentido se distingue  el carácter de estos últimos escritos de los anteriores. Persiste la devoción por los detalles al mismo tiempo que se aventura en las grandes generalidades. Se abandona frecuentemente al microscopio para recurrir al telescopio”[2].

Es decir, —parafraseando a Reik, casi literalmente— Freud rodeado de sus libros y apuntes utiliza el microscopio y cuando toma distancia, desenfunda el telescopio.

Pensé que, leer El malestar en la cultura desde esta perspectiva de editor —y bibliotecario también, por supuesto— podría ser de alguna utilidad para Uds., no lo sé, veremos. Freud mismo fue un gran editor y estoy seguro que no desconocía algunas de las cosas que me gustaría puntuar.

En algunas oportunidades, cuando el psicoanálisis hace sus malabares —vamos a decirlo de este modo, si Uds. me lo permiten— suele olvidar, con un poco de desatención aquello que el psicoanálisis le debe a otros saberes nacidos antes o después de él mismo. Quizá le preste una mayor atención a disciplinas tales como la filosofía, las matemáticas, la historia, etc. y en menor medida recuerda la deuda con la poesía, con la novela y la literatura en general. Cosa que en estas Jornadas —afortunadamente— no ha ocurrido. Prueba de ello es la abundancia de citas literarias.

Freud crea un estilo dentro del género del ensayo, al que nosotros llamamos ensayo psicoanalítico. Luego vendrán otros, incluso Lacan con su estilo personal dentro de las marcas de época y del estructuralismo francés.

El género literario del ensayo psicoanalítico toma así otro color cuando Freud no tiene sus libros a la mano.  Se encuentra más ligado a la confesión que lo emparenta a la poesía, a la novela, a la historia, a la sociología o a la etnología. A mi gusto, la novela es el género más cercano a este tipo de ensayos, no sólo porque articulan o estructuran un relato sino porque tratan de montar una doble diferencia: en orden al sujeto y en orden a su tiempo.

Lo que diferencia a los géneros literarios unos de otros no es mucho, es la necesidad de expresarse que les ha dado origen. Se escribe por la necesidad que tiene la vida de expresarse de una u otra manera. Freud pone un empeño inusitado a lo largo de toda su obra en la transmisión y en la comunicación escrita. Lacan, a diferencia de Freud, también preocupado por la transmisión, pone todo su empeño de trasmisión en la comunicación oral, mientras que en sus escritos es sumamente descuidado.

El tono confesional de Freud le otorga a estos escritos una clara universalidad. Es el efecto buscado: “Este es mi caso y es el caso de todos”. El género de la confesión lo inaugura oficialmente San Agustín matizando ideas con vivencias personales o recuerdos de los que extrae sus ideas. ¿No tiene acaso antecedentes? Yo creo que sí. Para mí, un antecedente inevitable es el libro de Job y el relato en primera persona de sus desgracias, gran personaje de los textos hebreos y el malestar. 

Es arriesgado decirlo pero el libro que escribirá Freud a continuación será El Moisés…, entonces, desde mi punto de vista: El malestar en la cultura será el libro de Job freudiano de nuestra cultura occidental. Es la voz de Freud abandonado de sus libros, abandonado de la mano de su biblioteca hacia el lado de la pasión, hacia el lado de lo social, hacia el lado de lo humano, por la falta de pudor para hablar de sí mismo, de sus circunstancias y todos sus malestares... que serán los nuestros.

En esto se hermana y se diferencia con la novela, como les decía, aunque una novela sea en primera persona y en tiempo actual siempre nos lleva a un tiempo mitológico, el de la historia contada. La confesión de Freud, la queja de Freud, nos lleva a un tiempo de nuestra propia historia por contar.

“Yo no soy psicoanalista y dios se apiade de mi alma”. Tercera negación. Una vez más, tengo que repetirlo, por eso, lo importante para mí, como escritor o como editor es que el texto sea honesto, no me importa en absoluto la veracidad de la confesión tanto como la honestidad que despliega Freud y por supuesto la potencia que hace que este escrito llegue a nuestros días. Podamos leerlo aún hoy y confirmar esa honestidad.

Freud se ha preocupado de tener buenos editores para sus textos, Strachey, Jones, Lou Andreas Salomé, etc. Editar no es otra cosa que preocuparse por encontrar un estilo eficaz en la transmisión y la comunicación en el contexto histórico que se produce: ambiente social, histórico, cultural en que se sitúa la escritura y la publicación.

Evidentemente, los textos freudianos están plagados de material clínico, de ideas generales, grandes intuiciones, pequeñas reflexiones, observaciones directas y de terceros. Muchas veces no son ideas claras, elaboradas y definitivas sino una obra voluminosa donde esas idas, vueltas y revisiones constantes la vuelven accesible en retrospectiva y de alguna manera universal en el mismo sentido que la literatura.

Así como en la literatura ocurre que hay escritores que sólo escriben para escritores, en el ámbito psicoanalítico hay psicoanalistas que escriben sólo para psicoanalistas. Y me parece tan absurdo como tratar de sembrar sandías para vendérselas sólo a quienes siembran sandías. El estilo de escritura de Freud no es este y más aún alejado de sus preciada biblioteca. Freud se aleja de sus libros y se nos acerca.

Se asemeja, en este tipo de escritos, a lo que él mismo cita de uno de sus poetas de cabecera, Heinrich Heine, que dice: “El pensador,  con su gorro de dormir y los jirones de su bata, rellena los agujeros del edificio universal”[3]

Para Sigmund Freud —y para todos nosotros, espero— la falta de libros también es una/otra forma de biblioteca.



[1] Max Schur. Sigmund Freud: Enfermedad y muerte en su vida y en su obra (II). Barcelona: Paidós, 1980. pág. 613.

[2] Theodor Reik. La reflexión de Freud sobre la cultura. En: A medio siglo de El malestar en la cultura. México, Siglo XXI, 1985. págs. 118-119

[3]  cf. Sigmund Freud lo cita en varias ocasiones de memoria, en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. En: Obras Completas de Sigmund Freud. Buenos Aires: Amorrortu, 1975. Tomo XXII. pág. 148. Pero también en La interpretación de los sueños y en una carta a Jung del 25 de febrero de 1908. cf. Heinrich Heine. Poema Nro. 60. En: El regreso. Madrid: Editorial América, 1920. El mundo, el alma, la vida, / son descosidos fragmentos: / buscando voy un filósofo, / germánico, por supuesto, / que un buen sistema me hilvane / atando esos cabos sueltos. / Con su bata y con su gorro, / ya, orondo y grave, le veo / tapando todas las grietas / y fallas del Universo.


Para comunicarse con el autor:   malpascal@yahoo.com.ar

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