Como analista, en mi trabajo, traduzco. De diversas formas. Traducir, trocar, trasponer, trasvasar, transcribir, convertir, desplazar, alterar, sustituir, permutar, trasmudar y así sucesivamente la lista de verbos continúa. Tantos verbos empleados por el mismo Freud y algunas variantes de los mismos preferidas o descartadas por los traductores de su obra. Específicamente en El análisis de los sueños surge el término "figurar". Figurar y desfigurar implican dar figurabilidad o quitarla. Lo figural es lo susceptible de figuración. Un trueque que facilita el trabajo del sueño. Una expresión figural es para Freud concreta mientras que —llamativamente— a una expresión abstracta la llama "incolora". Una remodelación de la lengua en juego en la que —la mayor parte de las veces, es decir no siempre— se trata de imágenes visuales. ¿Será cuestión de colorear los pensamientos?
Trasponer pensamientos en
imágenes facilita el trabajo analítico. Si esto es así, la cultura actual,
impregnada de imágenes visuales, ¿nos facilita o nos entorpece el trabajo
analítico? ¿Podemos figurar con los oídos un sonido o un ruido, o remodelar un
aroma o una superficie rugosa? Un olor o un perfume suelen evocarnos una escena
completa en cuestión de segundos. Por otro lado, a una expresión incolora
podríamos darle matices, aclararla, oscurecerla o hacerla más nítida. Freud
mismo habla de la nitidez de algunos de sus sueños, como si fuera necesario
regular una lente. También recuerdo que en otro texto acuñó la frase
"colorear afectivamente".
Como analista, me percato de
hecho, que trabajo cada vez más con imágenes. Quizás el desafío sea seleccionar
—como cuando interpretamos un sueño— cuáles son los medios de figuración
facilitados para cada sujeto o —asimismo— qué especie del objeto a está
en juego en un momento del análisis: seleccionar visualmente a nivel escópico o
escoger sonidos a nivel invocante.
En algunas ocasiones se me
figura una imagen mientras escucho a un sujeto hablar en la sesión. Cuando esto
ocurre trato de “apalabrarla” de la forma más fiel posible, como si describiera
un cuadro, y entonces aporto una figurabilidad como analista a ese sujeto en
análisis, o dibujo un trazo en el lienzo en blanco ante un niño para despertar
un grafismo dormido o congelado. Suele funcionar. Ante un joven que estaba
configurando una fobia y que se quejaba porque enrojecía rápidamente ante las
personas, por lo cual terminaba comiéndose sus palabras, me sorprendo un día
diciendo: "Hoy pudiste hablar de tu cuerpo y ya no te pusiste rojo".
Se trataba —afortunadamente— de un análisis “cara a cara” que me permitía ver
las tonalidades de sus rubores.
En otras oportunidades mi
trabajo se bloqueó al dejarme influir por alguna imagen negativa de un
analizante determinado. Esa imagen no me permitía operar hasta que pude
descifrar la dificultad en mi análisis o en una supervisión. Ahí fue necesario
quitar figurabilidad pues aparecía como resistencia del analista. Por ejemplo,
la imagen perturbadora de un hombre que entraba llorando y se derrumbaba en el
diván, se me aparecía una y otra vez, repetidamente, hasta que me percaté que
esa imagen, fijada en mi mente, me impedía escuchar el sufrimiento por el que
él consultaba.
Los grafismos de los niños
nos aportan un material increíble, un vaivén que navega de pensamientos a
imágenes, de imágenes a pensamientos y así sucesivamente, con intercalaciones
lúdicas, sonoras, táctiles y hasta gustativas. Considero que, cuando un niño
dibuja en análisis, se produce un “miramiento” por la figurabilidad, mediante
el cual el pequeño selecciona la mejor imagen posible para expresar el conflicto
vigente en su psiquismo y los entramados familiares concomitantes. De esa forma
se modela un síntoma, se produce un alivio y ello permite seguir trabajando y
disparar la asociación libre o la producción de un lapsus. Muchas veces
un niño traduce en imágenes lo que sus padres o allegados expresaron en
palabras, hasta encontrar él mismo sus propias palabras.
Un niño que atendí dibujaba
todo el tiempo casas "For sale" o "For rent",
porque hablaba muy bien inglés, (significa "En venta" y "En
alquiler"), y cuando le preguntaba por qué, no daba ninguna razón. Hasta
que un día la madre dijo, en un encuentro, que tenían a los cuatro abuelos del
niño viviendo con ellos y que se sentían invadidos. Además, estos abuelos
tenían problemas de salud y demandaban constante atención. Otra solución no
habían encontrado. Entendí así lo que el niño traducía de los padres: una casa
no sentída como propia. Les dije que al menos el espacio del consultorio les
era propio, que ahí los abuelos no habían llegado, y esto los alivió bastante a
todos.
En relación al quehacer del
analista que traduce textos de otro analista —trabajo que disfruto y sostengo—
no encontré hasta el momento un modo o medio de figurabilidad específico,
aunque sí formas de remodelación del material. Por ejemplo, buscar la expresión
más cercana posible entre una lengua y la otra, pero esto lo puede hacer un
buen traductor que no sea analista. ¿Cuál es la especificidad del analista que
traduce textos? Lo que puedo aportar es lo siguiente: cuando detecto una equivocación,
en lugar de corregir, aviso al analista en cuestión, porque así le doy la
oportunidad de que lo trabaje en su análisis o para el desciframiento del texto
clínicamente. Aviso o advierto sobre su lapsus o equivocación, aunque mi
función no sea ser su analista o su supervisor, para hacer trabajar al inconsciente
del analista que escribe, en vez de una corrección al estilo docente
tradicional (tarea que sería mucho más sencilla y tranquilizadora pero
adormecería mi labor). Es decir, el aporte sería contribuir, como analista, a
la traducción del inconsciente de otro analista.
0 comments:
Publicar un comentario