Goethe, Fausto, Escena 1. Cita de Freud en Totem y tabu.
El presente trabajo corresponde a la alocución presentada en el evento
de la APPOA, Relendo Freud 2017,
destinado a la discusión del texto “Un
trastorno de memoria en la Acrópolis”. Este texto es, en realidad, una
carta escrita por Freud en 1936 con la intención de regalar y homenajear a su
amigo Romain Rolland con motivo de su septuagésimo aniversario. Rolland es
también el destinatario de Freud en el texto El malestar en la cultura, respecto a la discordancia sobre el
sentimiento oceánico.
Lo curioso en esa carta es la naturaleza del
regalo. Freud resuelve reanudar un episodio que le ocurrió en 1904, es decir,
treinta y dos años antes y que, según cuenta, lo sigue acechando. Dice que se
lo va a regalar, entonces, con el análisis y los resultados de esa
investigación. Se trata de un viaje de turismo hecho por él y su hermano, diez
años más joven, en el que acaban, con alguna sorpresa, teniendo su destino
original alterado y terminando en Atenas, en la Acrópolis, donde le ocurre ese
tal trastorno de memoria.
Lo primero que llama la atención en ese texto
es que, en la edición de “Un transtorno
de memoria en la Acrópolis”, más allá de la primera página con el título en
portugués y en alemán, antes del inicio del texto, Strachey coloca un subtítulo
de la manera en la que puede presumirse haber sido escrita la carta de Freud: “Un trastorno de memoria en la Acrópolis –
Carta abierta a Romain Rolland en ocasión de su septuagésimo aniversario”.
Hay un doble redireccionamiento en esa carta:
Romain Rolland y nosotros, sus lectores, convocados en este significante “carta
abierta”. Es más o menos como lo que ocurre en una obra con la anamorfosis, existe
el lugar de la mirada, que es un punto geométrico definido en el espacio. Para
producir el efecto de anamorfosis, alguien tiene que colocar el ojo en una
posición preestablecida y, en ese momento, la obra se realiza (como en el
cuadro Los embajadores, reproducido
en la portada del Seminario XI de Lacan).
Como nosotros, los lectores, estamos en medio
del direccionamiento, podemos intentar escuchar algo que no esté totalmente
obvio en ese texto, como una anamorfosis.
Esa es una carta texto de Freud, casi un testamento.
Comienza conmemorando, rememorando un nacimiento y termina en un ajuste de
cuentas con su padre, recordando su muerte y comentando la proximidad del fin
de la vida del propio Freud y las limitaciones de la vejez.
También hay un ajuste con Romain Rolland y con
los lectores. En el medio, entre el fin y el inicio, tenemos el trastorno de
memoria y la división psíquica de Freud. Hubo una desrealización, algo tuvo que
quedarse fuera. Primero, el placer y la felicidad de visitar Atenas, segundo,
la existencia de la propia Acrópolis.
Podemos hacer la siguiente pregunta: ¿por qué
hablarle de eso a Romain Rolland sería un regalo? ¿En qué sentido contar un
lapsus suyo, de una cosa que le está molestando desde hace muchos años y juntar
a eso un análisis, puede ser un regalo para Romain Rolland?
Freud tendría innumerables lapsus y actos fallidos
para relatar. Por esa época, él escribió un texto llamado “La sutileza de un acto falido”, en el cual habla sobre la cuestión
de lo que es dar un regalo a alguien, y dice inclusive que un regalo solamente
merece ser considerado como tal si aquél que regala sufre y presenta una cierta
resistencia en el acto de regalar. En el caso relatado en el texto, se trataba
de algo que él al mismo tiempo quería y no quería dar. Acabó produciendo un
acto fallido cuya significación indicaba el pesar ocultado en el acto.
Entonces, pensándolo así, ¿qué es eso que le estaba dando a Romain Rolland? Hay
un redireccionamiento, ¿pero estaria involucrado en el campo transferencial?
Un momento en el que aparece la cuestión de la
transferencia en el texto es cuando, luego del inicio, Freud dice que percibió,
al escribir esta carta, que Romain tiene diez años menos que él, así como su hermano
con quien fue para Atenas. Entonces, vemos establecerse ahí un significante
cualquiera, donde comienza a aparecer la transferencia. Y ese dato, de que
Romain Rolland es diez años más joven que Freud, ya había sido citado veinte
años antes, cuando el escribió su primera carta a Romain: hay una insistencia en
repetir eso. En la primera carta de Freud a Romain, dice: “Hasta el fin de mi vida recordaré la alegría de poder contactarme con
usted, pues su nombre está ligado, para mí, a la más preciosa de todas las bellas
ilusiones, la reunión, en el mismo amor, de todos los hijos de los hombres”.
Entonces, él dice que Romain Rolland cree en el amor universal. “Pertenezco ciertamente a una raza que la
Edad Media volvió responsable de todas las epidemias nacionales y que el mundo
moderno acusa de haber conducido al Imperio Austríaco a la decadencia y a
Alemania a la derrota. Esas experiencias nos decepcionan y nos vuelven poco
inclinados a creer en las ilusiones. Más allá de eso, a lo largo de mi vida
–soy diez años mayor que usted- una parte
importante de mi trabajo consistió en destruir mis propias ilusiones y las de
la humanidad”.
Esa cuestión de diferencia de posición entre
Romain y Freud aparece también en “El
malestar en la cultura” cuando Freud habla del sentimiento oceánico: “usted cree en eso, yo no”. Romain
Rolland estuvo involucrado con el hinduísmo, y es de allí que viene esa
vertiente del sentimiento oceánico.
A partir de estos temas de creencia y
descreimiento, otra carta freudiana puede ser evocada, una carta enviada a
Fliess en 1895, que contenía el texto que fue conocido como “Proyecto para una psicologia para neurólogos”.
En el inicio de esa carta, él comenta que
escribió de forma apurada porque se apresuró para entregársela a Fliess antes
de Navidad, pero que por otro lado tal vez ni la hubiera escrito si no hubiese
tenido esa presión del compromiso de la entrega.
En un capítulo llamado A Proton Pseudos Histérica, él dice que
cualquier sintoma o cualquiera de las formaciones del inconciente siempre
sucede en relación a algo que él representa con la letra A. Esa cosa que es A,
es insólita, rara, no se entiende porqué es que ella sucede, es como por
ejemplo en las desrealizaciones de Freud: “porqué
estoy yendo para Atenas, que siempre quise conocer y al mismo tempo estoy
deprimido, sintiéndome impotente”. Es un primer extrañamiento. No tiene
sentido relacionado con esta representación A, pero A está ligada, a partir de
los mecanismos del proceso primario con una representación B, y esa sí, a su
vez, habla de la verdad de ese síntoma, de ese acto, de ese trastorno, de lo
que sea que fuese.
Entonces, tenemos aquí una fórmula:
|
Pero si quisiéramos hablar en lacanés,
podríamos decir que Freud produjo ahi un matema, que pasó a funcionar como una especie
de molino de todo lo que él hizo en su obra a continuación. Entre A y B tenemos
una relación de sustitución siguiendo las leyes de lo que él llamó proceso primario.
Esta formulación nos lleva, por lo tanto, a la idea de una primera mentira, de
donde surge una verdad.
El segundo extrañamiento de Freud fue
constatar su duda en cuanto a la existencia real de la Acrópolis, lo que
tampoco parece tener sentido. En ambos casos de extrañamiento, luego del
análisis, concluye que el factor B refiere a la culpa sentida por él. Esa es la
interpretación que da Freud, concluye que tanto él como su hermano sentían
culpa en relación a su padre, tanto en el plano económico como en el plano
cultural.
Citando a Freud: “Puede ser que un sentimiento de culpa estuviese vinculado a la
satisfacción de que hubiéramos realizado tanto [...] Parece como si la esencia
del éxito consistiera en haber realizado más de lo que el padre realizó, y como
si además estuviera prohibido sobrepasar al padre”.
Para comentar su estado de división psíquica,
su spaltung, él produce una metáfora
para lo cual admite una pequeña exageración: la del monstruo del Lago Ness. En
eso él comete el mismo lapsus. Para hablar de la existencia fáctica de la
Acrópolis, la compara con la dificultad que tendríamos de reconocer la existencia
fáctica del monstruo del Lago Ness, en el caso de que encontráramos restos del
monstruo. O sea, lo que su inconciente tal vez estuviera diciendo –y por eso la
carta es un regalo a Romain Rolland – es que Freud debería creer un poco más en
algunas ilusiones, en la medida en que podrían cumplir funciones en cuanto
narrativas ficcionales. Las brujas no existen, pero podemos eventualmente
tropezar con restos de monstruos por allí.
La segunda metáfora que llama la atención es
la de la coronación de Napoleón: “Y
ahora, aqui estamos nosotros en Atenas, en la Acrópolis! Realmente realizamos
muchas cosas! Si me fuera facultado comparar ese pequeño evento con otro mayor,
también Napoleón, durante su coronación como emperador en Notre Dame, se volvió
para uno de sus Hermanos [...] ‘Qué habría dicho nuestro señor Padre si él pudiera
haber estado aqui en el día de hoy?!’”.
Freud usa esa comparación para concluir que al
conseguir el éxito de haber realizado más de lo que su padre hubiera hecho,
cometió algo prohibido: sobrepasó al padre. Entonces, dice que fue por un
respeto filial que él y su hermano no pudieron disfrutar la satisfacción de
visitar Atenas. Esa es la interpretación de Freud, pero si nosotros
interpretáramos como un sueño, y si aplicáramos a ella el propio veneno
freudiano, podemos imaginar que la parte más importante de esa escena no es la
que fue relatada, sino la que, aún formando parte, quedó afuera, por obra del
desplazamiento. Desde la coronación de Clóvis I, pasando por Carlo Magno y los
demás reyes de Francia, formaba parte del ritual que la coronación fuese hecha
por el Papa, indicando con eso el papel de la transmisión. Napoleón trajo al
Papa, pero lo dejó como a un tonto. Freud no habla de eso, pero es el hecho más
célebre de la coronación de Napoleón, e inclusive el cuadro que retrata la escena
se encuentra expuesto en el Louvre. Napoleón se autocoronó y coronó a su
esposa, dejó al Papa mirando la escena, que se quedó abanicando con las manos,
como un dos de bastos.
Freud también creyó que necesitaba dejar de
lado rasgos de su deuda simbólica, para que su invención, el psicoanálisis, no
fuera más acusada de ser una ciencia judia. Es necesario recordar el contexto
histórico de la época en que él vivía. Freud deseaba un psicoanálisis
reconocido como científico, y siendo así, necesitaba abandonar las cuestiones
que de alguna forma pudieran ligarlo a la creencia. De esta manera, precisaba
dejar de lado las referencias míticas judías y tal vez adoptar las helénicas y
otras que parecerían de mejor tono. Freud comienza con Edipo, pasa por Hamlet,
transita por las referencias darwinianas para construir su mito sobre la fundación
de la cultura a partir del asesinato del padre de la horda, llegando al final y
finalmente a su texto El hombre Moisés y
la religión monoteísta. Propongo que imaginemos que haciendo un ajuste de
cuentas con Romain Rolland, él puede hacer también un ajuste de cuentas con su propio padre y con nosotros, sus lectores. Por lo tanto, con
toda su obra.
Dejando para nosotros, bien al estilo lacaniano, una carta cifrada y voladora.
Para comunicarse con el autor: sidnei.goldberg@gmail.com
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