“Un sentimiento lingüístico” menciona
Freud en El malestar en la cultura[1].
Recorrer los intersticios de la traducción en psicoanálisis desde Letraducciones y celebrar el texto
freudiano en sus 90 años en estas Jornadas de EnL(a)zos, convergen a que ese sentimiento lingüístico pueda
ponerse en acto.
Refiriéndose a las actividades y valores
“culturales” útiles hacia el humano, en tanto ponen la tierra a su servicio,
Freud dice “(…) la escritura es originariamente el lenguaje del ausente”[2].
Siguiendo la lógica de esa frase podemos pensar, ¿qué es lo ausente que habita
en la escritura? ¿Qué se escribe como ausente? ¿De qué ausencia se trataría?
¿Qué lectura y escritura podemos hacer de la ausencia?
Releyendo a Freud, Lacan introduce el
registro de lo Real. Será la aproximación a lo Real lo que promueva su
discurso, como aquello que no se alcanza y que es imposible de traducir
exactamente, porque no hay Simbólico que lo recubra en su totalidad. La traducción
se encargará de acercarse, aproximarse a algo de “eso”: ponerle algún nombre,
en este caso, a lo ausente. ¿Es una manera de traducir en esa ausencia lo que
falta? ¿La falta bordea ese Real de la ausencia? ¿Se escribe lo ausente en
análisis?
Tomaré otra frase que, aunque está en
nuestro texto homenajeado, tiene su autoría en el libro del Levítico de
Entendiendo al prójimo como semejante,
como sí mismo, hablaríamos únicamente de la versión imaginaria que inviste su
presencia. A este aspecto ineludible es preciso considerarlo en su valor
instituyente: es la dimensión imaginaria de la relación del sujeto con el
prójimo, definible en términos de reconocimiento. Se trataría de ver cómo ese
otro, —que me habita— me reconoce, me confirma, me interpela, o cómo no lo
hace. Aún así, este planteo no nos resulta suficiente, ya que el sujeto se
escribe con una topología que no tiene ni adentro ni afuera. El sí mismo, no es
equiparable al Yo.
En el Seminario La ética del psicoanálisis, Lacan formula que el goce
como mal, entraña justamente el mal al prójimo: “(…) cada vez que él —Freud— se
detiene, como horrorizado, ante la consecuencia del mandamiento del amor al
prójimo, lo que surge es la presencia de esa maldad fundamental que habita en
ese prójimo. Pero, por lo tanto, habita también en mí mismo. ¿Y qué me es más
próximo que ese prójimo, que ese núcleo de mí mismo que es el del goce, al que
no oso aproximarme? Pues una vez que me aproximo a él —éste es el sentido de El malestar en la cultura— surge esa
insondable agresividad ante la que retrocedo (…) el goce de mi prójimo, su goce
nocivo, su goce maligno, es lo que se propone como el verdadero problema para
mi amor”[4]
¿Quién viene al lugar de prójimo? Aquel
que, invocado, acepta este llamado. Pero no sabemos a priori a qué lugar llegará ese prójimo; quizás no sea al “mejor”
lugar. Lacan dijo: "El
prójimo es la inminencia intolerable del goce"[5],
advirtiéndonos de la vertiente Real del prójimo, que puede gozarme o me tienta
a hacerlo. Pero si llegara a un buen lugar, en algún
punto remedia la falla de mi estructura y permite reencontrarme con la falta,
aquella que funda el deseo. Allí el goce no es el que aleja del deseo —goce
parasitario según Lacan— o lo que Freud llamaría fijación a un goce
infructuoso. El prójimo en el buen lugar me permite perder ese goce que no
sirve, relanza a reencontrarse con una falta propiciatoria. En esa vertiente: “el
prójimo me hace falta”. La falta, ¿no
es una forma de la ausencia?
Siguiendo con el trípode estructural del
sujeto, en el campo de lo Simbólico, Lacan escribe “muerte”, porque sólo
podemos tener una relación a la muerte gracias a que existe la palabra. “Muerte”
nombra a la ausencia extrema. ¿Cómo se puede registrar la ausencia extrema sin
el significante? Cuando lo Real en el otro se manifiesta como no semejante,
aparecen algunas figuras del malestar que con el lenguaje podemos traducir como
ausencias: excluidos, segregados, desaparecidos, exiliados… Poder nombrar la ausencia, nos hace
escriturar “30.000 desaparecidos”, nominar el genocidio nazi —por el cual
también Freud encarnó otra figura de la ausencia en el exiliado—, contar inmigrantes
muertos en el mar y en la tierra, inscribir nietos expropiados…
En los ausentes segregados de la época,
ausentes de los lazos que sostienen la trama social, el ausente es el sujeto,
en el goce del otro prójimo amenazante.
Si para Freud la neurosis va en aumento
en la medida que crece el malestar, y Lacan nos dice que “cultura” equivale a “lenguaje”,
siguiendo a Isidoro Vegh, podemos decir que la neurosis es la manifestación del
malestar del sujeto en el campo del lenguaje[6].
El malestar se presenta como un exceso
de goce oscuro que no llega a dejarse reconocer, intolerancia al modo de goce
en la medida que es esencialmente aquel que me sustrae del mío, y produce ese
malestar porque no tenemos un saber-hacer-con-eso…
¿Qué podemos escribir desde nuestra
experiencia como analistas? No podemos hablar de un hombre naturalmente bueno,
lo leemos y releemos en El malestar en la
cultura. Y tampoco podríamos hablar de un gen de la maldad. Nosotros, cada
uno de los que estamos aquí, puestos en determinados lugares podemos producir
lo peor. Eso constituye el sujeto RSI, eso (nos) constituye prójimo RSI.
En Función
y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, leemos: “Pues la
función del lenguaje no es informar, sino evocar. Lo que busco en la palabra es
la respuesta del otro. Lo que me constituye como sujeto es mi pregunta. Para
hacerme reconocer del otro, no profiero lo que fue sino con vistas a lo que
será. Para encontrarlo, lo llamo con un nombre que él debe asumir o rechazar
para responderme. Me identifico en el lenguaje, pero sólo perdiéndome en él
como un objeto. Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de
lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en
lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que
estoy llegando a ser”[7].
El lenguaje evoca una ausencia. Y sigue: “(…) mejor pues que renuncie quien no
pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues, ¿cómo podría hacer
de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que
lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?” [8]
La resolución del “odioamoramiento”,
deseo enlazado al amor y al goce, admite una buena salida a esta relación con
el prójimo: el prójimo como anudamiento puede ayudar al sujeto a constituirse.
Sin amor bien enlazado no hay corte con el goce parasitario, y es la palabra la
que enlaza o desenlaza el goce. Aparece otra lengua, otra escritura: un trabajo
de traducción.
Estas Jornadas son una manera más de
realizar lo que denominamos psicoanálisis en extensión. Así como una y otra vez
reinventamos el psicoanálisis, nuevamente nos implicamos al tomar la palabra en
posición vertical, de aquello que constituye nuestra experiencia en lo
horizontal del diván: “La escritura es el sujeto”. [9]
Escribir lo ausente es acotar la falta,
traduciendo cada vez el límite alcanzado.
En la época del “Tú puedes”, el
psicoanálisis es resistido por que lleva a lo imposible, al encuentro con lo Real.
El malestar que traducimos los analistas es aquel que habla de la castración,
la falta estructurante de todo discurso. Escribimos, cada vez, la ausencia de
la relación sexual, que está en la base de cada síntoma, que se replica en las
formas del malestar en la cultura. El
psicoanálisis habla de una pérdida inaugural y estructural, una ausencia que
nos funda.
En 1938
Un saber-hacer-con-eso
de Freud en esta escritura. Ausente en un punto oscuro, y presente iluminando,
con su letra, su texto, su escritura. Escribir será una posibilidad para que no
cese de no escribirse lo no nombrado. La escritura como un acto del qué hacer
con el malestar.
Si la escritura es originariamente el
lenguaje del ausente, el psicoanálisis, como escritura, se torna el lenguaje de
“lo” ausente. Y Freud se vuelve una presencia tan inconmensurable, que nos hace
estar aquí reunidos, hablando de su Malestar,
noventa años después.
[1]
Sigmund Freud. El malestar en la cultura.
En: Obras Completas de Sigmund Freud.
Vol. XXI, Buenos Aires: Amorrortu, 2001. pág. 88.
[2] Ibídem. pág. 90.
[3] Ibídem. pág. 138.
[4]
Jacques Lacan. La ética del
psicoanálisis: Seminario VII (1959-1960). Buenos Aires: Paidós, 1988. Clase
Nro. 14 (23 de marzo de 1960). págs. 217-230.
[5]
Jacques Lacan. De un Otro al otro:
Seminario XVI (1968-1969). Buenos Aires: Paidós, 2008. Clase Nro. 14 (12 de
marzo de 1969). págs. 199-213.
[6] cf. Isidoro Vegh. El prójimo:
enlaces y desenlaces del goce. Buenos Aires: Paidós, 2001.
[7]
Jacques Lacan. Función y campo de la
palabra y del lenguaje en psicoanálisis. En: Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002. pág. 288
[8] Ibídem. pág. 309.
[9]
Isidoro Vegh. Las intervenciones del
analista. Buenos Aires: Agalma/Acme, 1997.
Muy buen artículo! Me encantó el elogio de Freud a la Gestapo, qué historia tan bien contada!
ResponderEliminar¿Cómo hay que hacer para pedirles una traducción? Felicitaciones por el blog, muy buena iniciativa.