sábado, 5 de septiembre de 2020

Una posible traducción de lo ausente. M Teresita Pullol

Posted By: LETRADUCCIONES - septiembre 05, 2020

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“Un sentimiento lingüístico” menciona Freud en El malestar en la cultura[1]. Recorrer los intersticios de la traducción en psicoanálisis desde Letraducciones y celebrar el texto freudiano en sus 90 años en estas Jornadas de EnL(a)zos, convergen a que ese sentimiento lingüístico pueda ponerse en acto. 

Refiriéndose a las actividades y valores “culturales” útiles hacia el humano, en tanto ponen la tierra a su servicio, Freud dice “(…) la escritura es originariamente el lenguaje del ausente”[2]. Siguiendo la lógica de esa frase podemos pensar, ¿qué es lo ausente que habita en la escritura? ¿Qué se escribe como ausente? ¿De qué ausencia se trataría? ¿Qué lectura y escritura podemos hacer de la ausencia?

Releyendo a Freud, Lacan introduce el registro de lo Real. Será la aproximación a lo Real lo que promueva su discurso, como aquello que no se alcanza y que es imposible de traducir exactamente, porque no hay Simbólico que lo recubra en su totalidad. La traducción se encargará de acercarse, aproximarse a algo de “eso”: ponerle algún nombre, en este caso, a lo ausente. ¿Es una manera de traducir en esa ausencia lo que falta? ¿La falta bordea ese Real de la ausencia? ¿Se escribe lo ausente en análisis?

Tomaré otra frase que, aunque está en nuestro texto homenajeado, tiene su autoría en el libro del Levítico de la Biblia. Cuando la coloca en El malestar en la cultura, se puede reconocer a un Freud irritado, que argumenta con un dejo de fastidio porqué habría de someterse a semejante mandamiento. Leemos: “(…) el problema es aquí cómo desarraigar el máximo obstáculo que se opone a la cultura: la inclinación constitucional de los seres humanos a agredirse unos a otros, y por eso mismo nos resulta de particular interés el mandamiento cultural acaso más reciente del superyó: ama a tu prójimo como a ti mismo”[3]. Por un lado, el sujeto estaría impelido a amar al otro según le indicara el Eros de la cultura, pero por otro, se encuentra frente a una verdad con un tinte ominoso, ya que en el inicio no habría más que pulsión de muerte. Algo de lo Unheimlich se nos precipita en el prójimo. ¿Cómo combinar, entonces, esta tensión pulsional que se nos presenta como una fuente del malestar en el imperativo de amar al prójimo?

Entendiendo al prójimo como semejante, como sí mismo, hablaríamos únicamente de la versión imaginaria que inviste su presencia. A este aspecto ineludible es preciso considerarlo en su valor instituyente: es la dimensión imaginaria de la relación del sujeto con el prójimo, definible en términos de reconocimiento. Se trataría de ver cómo ese otro, —que me habita— me reconoce, me confirma, me interpela, o cómo no lo hace. Aún así, este planteo no nos resulta suficiente, ya que el sujeto se escribe con una topología que no tiene ni adentro ni afuera. El sí mismo, no es equiparable al Yo.

En el Seminario La ética del psicoanálisis, Lacan formula que el goce como mal, entraña justamente el mal al prójimo: “(…) cada vez que él —Freud— se detiene, como horrorizado, ante la consecuencia del mandamiento del amor al prójimo, lo que surge es la presencia de esa maldad fundamental que habita en ese prójimo. Pero, por lo tanto, habita también en mí mismo. ¿Y qué me es más próximo que ese prójimo, que ese núcleo de mí mismo que es el del goce, al que no oso aproximarme? Pues una vez que me aproximo a él —éste es el sentido de El malestar en la cultura— surge esa insondable agresividad ante la que retrocedo (…) el goce de mi prójimo, su goce nocivo, su goce maligno, es lo que se propone como el verdadero problema para mi amor”[4]

¿Quién viene al lugar de prójimo? Aquel que, invocado, acepta este llamado. Pero no sabemos a priori a qué lugar llegará ese prójimo; quizás no sea al “mejor” lugar. Lacan dijo: "El prójimo es la inminencia intolerable del goce"[5], advirtiéndonos de la vertiente Real del prójimo, que puede gozarme o me tienta a hacerlo. Pero si llegara a un buen lugar, en algún punto remedia la falla de mi estructura y permite reencontrarme con la falta, aquella que funda el deseo. Allí el goce no es el que aleja del deseo —goce parasitario según Lacan— o lo que Freud llamaría fijación a un goce infructuoso. El prójimo en el buen lugar me permite perder ese goce que no sirve, relanza a reencontrarse con una falta propiciatoria. En esa vertiente: “el prójimo me hace falta”. La falta, ¿no es una forma de la ausencia?

Siguiendo con el trípode estructural del sujeto, en el campo de lo Simbólico, Lacan escribe “muerte”, porque sólo podemos tener una relación a la muerte gracias a que existe la palabra. “Muerte” nombra a la ausencia extrema. ¿Cómo se puede registrar la ausencia extrema sin el significante? Cuando lo Real en el otro se manifiesta como no semejante, aparecen algunas figuras del malestar que con el lenguaje podemos traducir como ausencias: excluidos, segregados, desaparecidos, exiliados…   Poder nombrar la ausencia, nos hace escriturar “30.000 desaparecidos”, nominar el genocidio nazi —por el cual también Freud encarnó otra figura de la ausencia en el exiliado—, contar inmigrantes muertos en el mar y en la tierra, inscribir nietos expropiados…

En los ausentes segregados de la época, ausentes de los lazos que sostienen la trama social, el ausente es el sujeto, en el goce del otro prójimo amenazante.

Si para Freud la neurosis va en aumento en la medida que crece el malestar, y Lacan nos dice que “cultura” equivale a “lenguaje”, siguiendo a Isidoro Vegh, podemos decir que la neurosis es la manifestación del malestar del sujeto en el campo del lenguaje[6].

El malestar se presenta como un exceso de goce oscuro que no llega a dejarse reconocer, intolerancia al modo de goce en la medida que es esencialmente aquel que me sustrae del mío, y produce ese malestar porque no tenemos un saber-hacer-con-eso

¿Qué podemos escribir desde nuestra experiencia como analistas? No podemos hablar de un hombre naturalmente bueno, lo leemos y releemos en El malestar en la cultura. Y tampoco podríamos hablar de un gen de la maldad. Nosotros, cada uno de los que estamos aquí, puestos en determinados lugares podemos producir lo peor. Eso constituye el sujeto RSI, eso (nos) constituye prójimo RSI.

En Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, leemos: “Pues la función del lenguaje no es informar, sino evocar. Lo que busco en la palabra es la respuesta del otro. Lo que me constituye como sujeto es mi pregunta. Para hacerme reconocer del otro, no profiero lo que fue sino con vistas a lo que será. Para encontrarlo, lo llamo con un nombre que él debe asumir o rechazar para responderme. Me identifico en el lenguaje, pero sólo perdiéndome en él como un objeto. Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser”[7]. El lenguaje evoca una ausencia. Y sigue: “(…) mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues, ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?” [8]

La resolución del “odioamoramiento”, deseo enlazado al amor y al goce, admite una buena salida a esta relación con el prójimo: el prójimo como anudamiento puede ayudar al sujeto a constituirse. Sin amor bien enlazado no hay corte con el goce parasitario, y es la palabra la que enlaza o desenlaza el goce. Aparece otra lengua, otra escritura: un trabajo de traducción.

Estas Jornadas son una manera más de realizar lo que denominamos psicoanálisis en extensión. Así como una y otra vez reinventamos el psicoanálisis, nuevamente nos implicamos al tomar la palabra en posición vertical, de aquello que constituye nuestra experiencia en lo horizontal del diván: “La escritura es el sujeto”. [9]

Escribir lo ausente es acotar la falta, traduciendo cada vez el límite alcanzado.

En la época del “Tú puedes”, el psicoanálisis es resistido por que lleva a lo imposible, al encuentro con lo Real. El malestar que traducimos los analistas es aquel que habla de la castración, la falta estructurante de todo discurso. Escribimos, cada vez, la ausencia de la relación sexual, que está en la base de cada síntoma, que se replica en las formas del malestar en la cultura.  El psicoanálisis habla de una pérdida inaugural y estructural, una ausencia que nos funda.

En 1938 la Gestapo ya había establecido su sucursal en Viena. Algunos nazis como Himmler, Goebbels, avalados por el efecto paralizante del terror, planeaban encarcelar a todos los psicoanalistas. La casa de Freud había sido asaltada por bandas de las SS, llevándose 6.000 chelines. Freud, al enterarse, dijo que ni siquiera él cobraba tanto por una visita domiciliaria. Anna, su hija, había sido secuestrada por la Gestapo, estando todo un día “desaparecida”. Antes de partir rumbo a su exilio en Londres, Freud fue obligado a declarar por escrito que había sido “bien tratado” por las autoridades. Al firmar agregó lo suyo: “Puedo darles a todos las más altas recomendaciones de la Gestapo[10], señala Peter Gay. Freud tuvo la suerte de que los hombres de las SS que leyeron su recomendación no advirtieran la ironía oculta. “Nada habría sido más natural que considerar ofensivas sus palabras. ¿Por qué, entonces, en el momento de la liberación, corrió conscientemente ese riesgo mortal? Fuera cual fuere la razón profunda, su ‘elogio’ de la Gestapo fue el último desafío de Freud en suelo austríaco”[11]

Un saber-hacer-con-eso de Freud en esta escritura. Ausente en un punto oscuro, y presente iluminando, con su letra, su texto, su escritura. Escribir será una posibilidad para que no cese de no escribirse lo no nombrado. La escritura como un acto del qué hacer con el malestar.

Si la escritura es originariamente el lenguaje del ausente, el psicoanálisis, como escritura, se torna el lenguaje de “lo” ausente. Y Freud se vuelve una presencia tan inconmensurable, que nos hace estar aquí reunidos, hablando de su Malestar, noventa años después.



[1] Sigmund Freud. El malestar en la cultura. En: Obras Completas de Sigmund Freud. Vol. XXI, Buenos Aires: Amorrortu, 2001. pág. 88.

[2] Ibídem. pág. 90.

[3] Ibídem. pág. 138.

[4] Jacques Lacan. La ética del psicoanálisis: Seminario VII (1959-1960). Buenos Aires: Paidós, 1988. Clase Nro. 14 (23 de marzo de 1960). págs. 217-230.

[5] Jacques Lacan. De un Otro al otro: Seminario XVI (1968-1969). Buenos Aires: Paidós, 2008. Clase Nro. 14 (12 de marzo de 1969). págs. 199-213.

[6] cf. Isidoro Vegh. El prójimo: enlaces y desenlaces del goce. Buenos Aires: Paidós, 2001.

[7] Jacques Lacan. Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. En: Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002. pág. 288

[8] Ibídem. pág. 309.

[9] Isidoro Vegh. Las intervenciones del analista. Buenos Aires: Agalma/Acme, 1997.

[10] cf. Peter Gay. Freud: una vida de nuestro tiempo. Buenos Aires: Paidós, 1989.

[11] Ibídem.                           


                  Para comunicarse con el autor:   mt_pullol@hotmail.com                

 

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1 comments:

  1. Muy buen artículo! Me encantó el elogio de Freud a la Gestapo, qué historia tan bien contada!
    ¿Cómo hay que hacer para pedirles una traducción? Felicitaciones por el blog, muy buena iniciativa.

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