A Freud, ya en el historial de Elisabeth von R., le resultaba singular que sus historiales clínicos, es decir los de su propia escritura, se leyeran como unas novelas breves, en las cuales destacaba el íntimo vínculo entre la historia del padecimiento y el síntoma patológico. Esas histéricas, cuidadoras de enfermos, tan proclives a estados de duelo, sobre todo cuando al final de esos cuidados se producía el encuentro con el correspondiente difunto.
En la presentación a consulta de una mujer,
llamémosle Ana, que entrevisté hace algunos años en un servicio ambulatorio de
psicopatología, algo enigmático en relación al deseo se comenzó a dibujar en
sus palabras y esto tiene que ver con el título de este trabajo, que intentaré
desarrollar en torno al objeto a, o mejor dicho a las formas de
presentación del mismo que Lacan plantea que son diversas e implican el soporte
del fantasma. ¿Qué de lo que escuchaba me hacía volver una y otra vez al
seminario de "
Vuelvo ahora a Ana. Se trataba de una mujer de unos 65 años, derivada por médico y psiquiatra por un "trastorno de angustia por duelo", que era el texto original de esa derivación. Había enviudado dos años atrás y había sufrido una histerectomía, que es una extracción de útero, a los 30 años. La angustia se presentaba en el cuerpo, con dolores, pero sobre todo le subía por el pecho y le oprimía la garganta y el cuello. Se había entregado durante muchos años al cuidado del marido enfermo y había hecho la promesa a Dios de dejar a los hombres por él. ¿Qué era él entonces si no entraba en la categoría de los hombres? Una vez durante esos años había tenido lo que ella llamaba un "pánico" y ese día descubrió la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que la alivió, particularmente el "ver a Cristo con la hostia en la mano". Después de ese episodio se acercó a una parroquia del barrio a hacer tareas caritativas, además de seguir asistiendo al esposo, que era realmente un hombre con muy pocos títulos en el bolsillo, impotente sexualmente, diabético, que no la tocó durante años, muy apegado a su propia madre.
En el momento de la consulta Ana había puesto
en alquiler un departamento del fondo de su casa y aparecíó en su horizonte un
inquilino que la enamoró e hizo que ella se comenzara a interrogar por el deseo.
En primer término, la pregunta que se formuló fue: "¿Qué tiene él para
tenerme pensando en él todo el tiempo si es feo, petiso, viejo, no sabe
hablar?" Se empezaron a encontrar por medio de la comida. Se esperaban
para cenar, se hacían compañía, charlaban, pero este hombre también estaba
enfermo, ya había algo de la repetición en juego. Había despertado el deseo en
ella pero otra vez un hombre la dejaba a "mitad de camino". Pasaban
los días y ella esperaba ahora "el milagro, que Dios haga aparecer a otro
y me borre al inquilino de la cabeza". Había además empezado a preparar
mermeladas y otros productos comestibles que vendía, a ir a algunos bailes, a
registrar el ser mirada por otros. Algo seguía despuntando, algo que se iba
desplazando, lo pienso desde la pulsión oral, desde la hostia a las cenas con
un hombre, de ahí a fabricar productos comestibles. Entonces realiza un
sorpresivo acto de devolución de la medicación que le había dado el psiquiatra,
lleva la sertralina al consultorio para que "otro la utilice, otro que la
necesite más que yo". Guardé eso en un cajón y le dije que estaba de
acuerdo, que ella ya estaba en otro momento, que podía disfrutar sin eso. Pudo
decir que su casamiento fue un error, que fue influida por su propia madre.
Luego de ese vacío por el rechazo del inquilino apareció la duda sobre la
existencia de Dios, ella que "daba todo y quedaba ilusionada", y
entonces el fantasma oral en juego se desplegó de esta forma: "No hay un
hombre protector para mí, no hay de esos, no llegan". En el pantano de esa decepción vino un día al
consultorio con un obsequio en la forma de frasco de mermelada, preparado por
sus propias manos para que "la pruebe", que la pruebe a ella es lo
que yo leía ahí, regalo que decidí aceptar por el
momento transferencial en juego, sin probarla por supuesto, ni a ella ni al
producto, pero sí diciéndole en una voz intermedia que ella ya podía probarse
en otros lugares, no sólo en
Lacan dice también en el seminario de "
En el seminario "De los nombres del
padre" nombra la diversidad de formas que asume el objeto de la caída, lo
que explica la función del objeto oral, y al ágalma como el objeto al que el
sujeto cree que apunta su deseo y en el que se llevaría al extremo el
desconocimiento del objeto como causa del deseo.
Por otro lado, en "Encore", no está de más recordar que una de las traducciones es "en cuerpo", "en corps", ahí, dice que el Barroco es la historieta de Cristo, y eso quiere decir que relata la historia de un hombre, aunque la empresa sea salvar a Dios, y Cristo vale por su cuerpo, que implica una comunión, una incorporación que es pulsión oral.
Entonces, pienso que la apuesta del
psicoanálisis es que permite armar la historia de un padecimiento y esto es un
más allá de la nosografía psiquiátrica, que puede ser correcta y hasta útil,
pero queda a mitad de camino, o a lo sumo llega a leerse como un relato
entrecortado. No es sólo el diagnóstico del duelo o la ficha con el pronóstico
o la derivación sugerida lo que nos atañe como analistas. Al trastorno de
angustia psiquiátrico se le puede sugerir que la angustia guía al analista,
pero también la forma y la especie del objeto de la pulsión de cada tramo del
análisis. Las especies del objeto no son cronológicas. No hay reconstrucción
genética aunque haya niveles oral, anal, fálico, escópico, invocante. También
habla Lacan de una "gama" de relaciones de objeto alrededor de la
experiencia de la angustia. El objeto a, al menos a la altura del
seminario X, no es el objeto del deseo, aquel que buscamos revelar en un
análisis, sino su causa. Pero si el a se va anunciando y la angustia se
muestra, el deseo está escondido, enmascarado, es ilusorio, porque siempre se
dirige a otra parte, y cuanto más se aproxima el hombre a lo que cree que es el
objeto de su deseo, más desviado está.
Los místicos, para Lacan, saben sobre el realismo del deseo, porque saben sobre la fascinación en la función de la mirada. Hay un punto de irradiación en lo escópico que "aparentemente" anula el misterio de la castración y esto es lo que captó Lacan en esta especie del objeto, más allá de Freud. Es a nivel escópico donde el punto de angustia y de deseo coinciden pero no se confunden. Así como Freud injertó en la psiquiatría el recurso del armado de la novela neurótica, Lacan vio en la pintura a esos hombres con aureola, esos hombres mirando desde el cuadro a las histéricas, luminosos, con una cobertura agalmática. Algunas estatuas gozan, nos recordaba Lacan a su paso por los museos. Desde ese espectáculo visual intenté en ese corto tratamiento (no siempre es posible, porque no siempre está tan claro en la clínica), dirigir la cura siguiendo un recorrido objetal, desde un objeto agalmático principalmente visual, a través de la pulsión escópica y oral, hasta algo cercano al deseo por un hombre, cercano ya que siempre algo se escabulle, (éste hombre seguía casado con otra). Es decir el objeto en los tres registros, pero no ya en la línea sacrificial del inicio donde el peligro para esta mujer era quedar encandilada en un pacto imaginario de amor cercano al de una santa medieval. Pienso, ahora que lo puedo pasar a la letra, cinco años después ya que en ese momento no lo había registrado, que el recorrido objetal no anula la vía del significante, sino que a veces indica la dirección más claramente, así como en otras ocasiones la guía principal de la cura es la del significante.
Texto presentado en la Reunión Lacanoamericana de Buenos Aires, 2013
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