jueves, 13 de enero de 2022

Ese luminoso objeto del deseo. Ricardo Horacio Gómez.

Posted By: LETRADUCCIONES - enero 13, 2022

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 A Freud, ya en el historial de Elisabeth von R., le resultaba singular que sus historiales clínicos, es decir los de su propia escritura, se leyeran como unas novelas breves, en las cuales destacaba el íntimo vínculo entre la historia del padecimiento y el síntoma patológico. Esas histéricas, cuidadoras de enfermos, tan proclives a estados de duelo, sobre todo cuando al final de esos cuidados se producía el encuentro con el correspondiente difunto.

 En la presentación a consulta de una mujer, llamémosle Ana, que entrevisté hace algunos años en un servicio ambulatorio de psicopatología, algo enigmático en relación al deseo se comenzó a dibujar en sus palabras y esto tiene que ver con el título de este trabajo, que intentaré desarrollar en torno al objeto a, o mejor dicho a las formas de presentación del mismo que Lacan plantea que son diversas e implican el soporte del fantasma. ¿Qué de lo que escuchaba me hacía volver una y otra vez al seminario de "La Angustia"? En ese seminario se plantea al Sagrado Corazón de Jesús como una de las formas del objeto a, en la historia de una beata, Margarita Alacoque, actualmente y para su fortuna ya ascendida a Santa. Ahí, Lacan postula al pequeño a, puesto adelante y perfectamente aislado, como el objeto elegido de su deseo. Bucée en la historia de Santa Margarita, no tan popular por cierto como su colega Teresa de Avila, y encuentro que vivió a fines del siglo XVII en Francia. Tuvo cuatro revelaciones y algunas intervenciones sobrenaturales de Cristo. Por ejemplo una vez, viendo ella un cuadro de San Francisco de Sales, le pareció que éste le dirigía una mirada paternalmente amorosa y la llamaba a ser su hija. Durante esas experiencias ella siempre en posición de ver un cuadro o rezando ante el Santísimo Sacramento, que es la hostia, expuesta ante ella en un altar. En una particular revelación Cristo le pidió el corazón, lo tomó y lo puso junto al suyo, es decir que quedaron juntos, y como el de él estaba encendido, el de ella se encendió. Luego él le volvió a colocar el corazón de ella en su lugar, diciéndole que este acto se trataba de una preciosa prenda de su amor por ella.

 Vuelvo ahora a Ana. Se trataba de una mujer de unos 65 años, derivada por médico y psiquiatra por un "trastorno de angustia por duelo", que era el texto original de esa derivación. Había enviudado dos años atrás y había sufrido una histerectomía, que es una extracción de útero, a los 30 años. La angustia se presentaba en el cuerpo, con dolores, pero sobre todo le subía por el pecho y le oprimía la garganta y el cuello. Se había entregado durante muchos años al cuidado del marido enfermo y había hecho la promesa a Dios de dejar a los hombres por él. ¿Qué era él entonces si no entraba en la categoría de los hombres? Una vez durante esos años había tenido lo que ella llamaba un "pánico" y ese día descubrió la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que la alivió, particularmente el "ver a Cristo con la hostia en la mano". Después de ese episodio se acercó a una parroquia del barrio a hacer tareas caritativas, además de seguir asistiendo al esposo, que era realmente un hombre con muy pocos títulos en el bolsillo, impotente sexualmente, diabético, que no la tocó durante años, muy apegado a su propia madre.

 En el momento de la consulta Ana había puesto en alquiler un departamento del fondo de su casa y aparecíó en su horizonte un inquilino que la enamoró e hizo que ella se comenzara a interrogar por el deseo. En primer término, la pregunta que se formuló fue: "¿Qué tiene él para tenerme pensando en él todo el tiempo si es feo, petiso, viejo, no sabe hablar?" Se empezaron a encontrar por medio de la comida. Se esperaban para cenar, se hacían compañía, charlaban, pero este hombre también estaba enfermo, ya había algo de la repetición en juego. Había despertado el deseo en ella pero otra vez un hombre la dejaba a "mitad de camino". Pasaban los días y ella esperaba ahora "el milagro, que Dios haga aparecer a otro y me borre al inquilino de la cabeza". Había además empezado a preparar mermeladas y otros productos comestibles que vendía, a ir a algunos bailes, a registrar el ser mirada por otros. Algo seguía despuntando, algo que se iba desplazando, lo pienso desde la pulsión oral, desde la hostia a las cenas con un hombre, de ahí a fabricar productos comestibles. Entonces realiza un sorpresivo acto de devolución de la medicación que le había dado el psiquiatra, lleva la sertralina al consultorio para que "otro la utilice, otro que la necesite más que yo". Guardé eso en un cajón y le dije que estaba de acuerdo, que ella ya estaba en otro momento, que podía disfrutar sin eso. Pudo decir que su casamiento fue un error, que fue influida por su propia madre. Luego de ese vacío por el rechazo del inquilino apareció la duda sobre la existencia de Dios, ella que "daba todo y quedaba ilusionada", y entonces el fantasma oral en juego se desplegó de esta forma: "No hay un hombre protector para mí, no hay de esos, no llegan".  En el pantano de esa decepción vino un día al consultorio con un obsequio en la forma de frasco de mermelada, preparado por sus propias manos para que "la pruebe", que la pruebe a ella es lo que yo leía ahí, regalo que decidí aceptar por el momento transferencial en juego, sin probarla por supuesto, ni a ella ni al producto, pero sí diciéndole en una voz intermedia que ella ya podía probarse en otros lugares, no sólo en la Iglesia ni esperando al hombre del fondo que por otra parte no le había dado señales de amor, sí de compañía, pero era muy probable que ella de a poco se volviera a poner el traje de la enfermera, y esto ya lo había hecho durante treinta años. Afortunadamente una contingencia de la casa hizo que otro hombre la visite y ella le abriera la puerta, más cerca ahora de ese objeto de deseo, no tan luminoso ya. Con él retomó la sexualidad, no sin avergonzarse, con miedo, esa escena que "para Dios no está tan bien", aunque la novedad era que éste era casado. Se estaba acercando a la angustia propia del orgasmo, pienso, porque ella misma pudo diferenciar dos tipos de angustia, la "anterior", (ligada al sacrificio y a un goce masoquista), y otra angustia, que decía así, es "otra angustia", distinta, al recuperar la cama del deseo. La novedad siguiente en este tratamiento fue un miedo a perder a este último hombre que la había hecho "sentir como ningún otro".

 Lacan dice también en el seminario de "La Angustia" que en la angustia propia del orgasmo el deseo está separado del goce por una falla central y destaca que la más patente manifestación de la intervención del objeto a es la angustia. También dice ahí que no somos objetales, es decir objetos del deseo, sino como tripa, como cuerpo, como metáfora de órgano. Trabaja la angustia del agotamiento del pecho como un fantasma oral y a nivel de esa especie, no se confunde el punto de angustia con el lugar de la relación con el objeto del deseo. El punto de angustia está en el nivel del Otro. Habría allí una "separtición", no separación. Una partición en el interior es lo que se produce ahí, es decir que el corte es interno al campo del sujeto.

 En el seminario "De los nombres del padre" nombra la diversidad de formas que asume el objeto de la caída, lo que explica la función del objeto oral, y al ágalma como el objeto al que el sujeto cree que apunta su deseo y en el que se llevaría al extremo el desconocimiento del objeto como causa del deseo.         

 Por otro lado, en "Encore", no está de más recordar que una de las traducciones es "en cuerpo", "en corps", ahí, dice que el Barroco es la historieta de Cristo, y eso quiere decir que relata la historia de un hombre, aunque la empresa sea salvar a Dios, y Cristo vale por su cuerpo, que implica una comunión, una incorporación que es pulsión oral.                         

Entonces, pienso que la apuesta del psicoanálisis es que permite armar la historia de un padecimiento y esto es un más allá de la nosografía psiquiátrica, que puede ser correcta y hasta útil, pero queda a mitad de camino, o a lo sumo llega a leerse como un relato entrecortado. No es sólo el diagnóstico del duelo o la ficha con el pronóstico o la derivación sugerida lo que nos atañe como analistas. Al trastorno de angustia psiquiátrico se le puede sugerir que la angustia guía al analista, pero también la forma y la especie del objeto de la pulsión de cada tramo del análisis. Las especies del objeto no son cronológicas. No hay reconstrucción genética aunque haya niveles oral, anal, fálico, escópico, invocante. También habla Lacan de una "gama" de relaciones de objeto alrededor de la experiencia de la angustia. El objeto a, al menos a la altura del seminario X, no es el objeto del deseo, aquel que buscamos revelar en un análisis, sino su causa. Pero si el a se va anunciando y la angustia se muestra, el deseo está escondido, enmascarado, es ilusorio, porque siempre se dirige a otra parte, y cuanto más se aproxima el hombre a lo que cree que es el objeto de su deseo, más desviado está.

 Los místicos, para Lacan, saben sobre el realismo del deseo, porque saben sobre la fascinación en la función de la mirada. Hay un punto de irradiación en lo escópico que "aparentemente" anula el misterio de la castración y esto es lo que captó Lacan en esta especie del objeto, más allá de Freud. Es a nivel escópico donde el punto de angustia y de deseo coinciden pero no se confunden. Así como Freud injertó en la psiquiatría el recurso del armado de la novela neurótica, Lacan vio en la pintura a esos hombres con aureola, esos hombres mirando desde el cuadro a las histéricas, luminosos, con una cobertura agalmática. Algunas estatuas gozan, nos recordaba Lacan a su paso por los museos. Desde ese espectáculo visual intenté en ese corto tratamiento (no siempre es posible, porque no siempre está tan claro en la clínica), dirigir la cura siguiendo un recorrido objetal, desde un objeto agalmático principalmente visual, a través de la pulsión escópica y oral, hasta algo cercano al deseo por un hombre, cercano ya que siempre algo se escabulle, (éste hombre seguía casado con otra). Es decir el objeto en los tres registros, pero no ya en la línea sacrificial del inicio donde el peligro para esta mujer era quedar encandilada en un pacto imaginario de amor cercano al de una santa medieval. Pienso, ahora que lo puedo pasar a la letra, cinco años después ya que en ese momento no lo había registrado, que el recorrido objetal no anula la vía del significante, sino que a veces indica la dirección más claramente, así como en otras ocasiones la guía principal de la cura es la del significante.   

Texto presentado en la Reunión Lacanoamericana de Buenos Aires, 2013

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